jueves, 2 de diciembre de 2010

La escasa distancia entre la vida y la muerte


La empatía es algo extraordinario y único del ser humano, pero hay casos en los que es preferible prescindir de tal virtud. Cuando eres consciente del abandono o la muerte de un niño que apenas llega al mes de vida, preferirías ser ajeno al mundo y sus lamentable sucesos,  pero cuando ya es demasiado tarde y el interrogante ¿por qué él? y  ¿por qué esto?  nos inunda la conciencia, nos esforzamos en encontrar alguna causa que lo justifique, nunca es posible.  El caso de Zimbabwe no iba a ser menos.
En los últimos cinco meses 21 niños recién nacidos han muerto en el asentamiento de Hopley, a 10 kilómetros de Harare, la capital del país africano. Este asentamiento fue creado  para realojar a las personas que perdieron sus casas hace cinco años como consecuencia del programa Murambatsvina, un  desalojo forzoso masivo llevado a cabo por el Gobierno bajo la justificación de que las comunidades vivían en condiciones deplorables y con la promesa de reubicarlos en viviendas dignas con un adecuado acceso a los servicios. Desde que esto fue así  varios de miles de víctimas siguen sufriendo las consecuencias de una promesa vana y hecha añicos. Han quedado en manos del destino, en el olvido para el gobierno. Sin embargo ellos no olvidan y el reproche aumenta a medida que aumentan las muertes de sus recién llegados al mundo.
Sin acceso a los servicios médicos, sin especialistas que las atiendan, las embarazadas de Hopley dan a luz en chabolas con techos de plástico, que si bien para ellas las resguardan del frío, esto no es suficiente para el momento del parto ni para las condiciones del recién nacido, que a duras penas logra sobrevivir, en el más favorable de los casos.
El ayuntamiento de la ciudad de Harare tan sólo cuenta con tres ambulancias en funcionamiento, que ofrecen servicio a una población de alrededor de dos millones de personas. Muchas ambulancias privadas y servicios de transporte se niegan a acudir a Hopley por miedo a ser asaltados, especialmente por la noche. Algunas mujeres zimbabuenses que se encuentran en el asentamiento comentan que antes podían permitirse pagar los 50 dólares estadounidenses exigidos para prestar atención prenatal, pero que ahora después del desalojo forzoso de su hogar y el abandono de su medio de vida no pueden hacerlo. A estas futuras madres no les queda otra que probar suerte con la vida de sus hijos y correr un riesgo que ellas no han asumido voluntariamente.
El 19 de febrero de 2010, Megan, de 40 años, dio a luz a dos gemelos prematuros en torno a las doce de la noche y no pudo ser trasladada a la clínica de maternidad. Tuvo a los dos bebés en su propia choza y ambos murieron camino de la clínica a la mañana siguiente. Igualmente, Fadzai, de 25 años, dio a luz el 26 de febrero de 2010 a una niña que murió ese mismo día. Ella  se culpa por no haber mantenido la  temperatura corporal.
Parece que las muertes de los recién nacidos en Hopley han pasado inadvertidas para las autoridades de Zimbabwe, por ello Amnistía Internacional ha exigido urgentemente al gobierno la puesta en marcha de inmediato de todas las medidas necesarias para garantizar a las mujeres y niñas embarazadas de Hopley y de otros asentamientos acceso a asistencia a la salud materna y neonatal. Además también ha exigido al gobierno que aborde con urgencia las pésimas condiciones de vida de estas comunidades, cruciales para mantener “una vida digna de cualquier ser humano”.

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